Prácticamente sólo después de
Erasmo de Rotterdam, comenzamos a ver ‘la locura’ con una perspectiva que nos ha
llevado a halagar a alguien con este término. En el terreno del arte, la poesía,
la literatura, la historia, la palabra ‘manía’ aparece desde el clasicismo
griego y ha sido de lo más fácil tomar por loco a quien primeramente se tomó por
sabio, como en el caso de Sócrates y viceversa, como sucede en el caso de casi
cualquier dignatario extremista.
Sebastian Brant, a fines del
siglo XV, en su famoso Das Narrenschiff (La nave de los locos),
ridiculiza decenas de formas de idiocia e inmoralidad. Llena una nave de
patologías, que en todos los terrenos de la sociedad continúan resultando
vigentes.
Pero hemos dado a la locura
también la acepción de ‘virtud’, pues el loco en la nave de los locos sería el
virtuoso, en otras palabras y parafraseando a Douglas Hofstadter en “Gödel,
Escher, Bach: An Eternal Golden Braid”, la locura sería la capacidad de ir más
allá de la estructura convencional de las cosas, obra esta de Hofstadter, que
por cierto es a mi juicio el análisis de la virtud a la luz de la locura, en ese
gran matemático: Gödel, en ese gran dibujante: Escher y en este gran músico:
Bach.
Mas una gran diferencia hay
desde luego entre ‘ir más allá de las estructura’, y ‘batirse en la estructura’.
Entre todo lo que la humanidad llama arte hoy en día, encontramos estas dos
formas de locura: actores, escritores, pintores, músicos, arquitectos, etc.,
patéticos, batidos en la patología; y por otro lado unos cuantos hijos de la
tradición, que todavía buscan la luz, más allá de lo tocado por la luz.
¿Qué buscamos pues en la nave de
los locos?
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