Vive en el verdor que asoma a través de la nieve, vive en los crujientes tallos del moribundo maíz de otoño, vive donde vienen los muertos por un beso y en el lugar al que los vivos envían sus oraciones. Vive donde se crea el lenguaje. Vive en la poesía, la percusión y el canto.

Clarissa Pinkola Estés, Mujeres que corren con lobos.

El tipo de cuento tradicional, de fantasía y para toda la comunidad, contiene la semilla de la preservación cultural. No es casualidad que se cuiden los símbolos como parte fundamental del cuento, pues preserva la identidad de un grupo, a pesar del tiempo.

Hubo un tiempo en que los cuentos no eran dirigidos a los niños, fue gracias al público burgués, que era el más letrado y consumidor principal de los cuentos ( de los hermanos Grimm, por ejemplo), quienes decidieron retirar aquellos fragmentos crudos que venían en las narraciones originales, tales como el cambio de la madre de Hansel y Grettel como el cambiar la madre por una madrastra, para poder justificar el abandono de unos hijos en el bosque, u omitir el castigo de la madrasta de Blancanieves a quien se le obligó a bailar hasta morir calzando zapatos de hierro al rojo vivo, o de reprimir la líbido de caperucita roja.

Aun así, los símbolos se asoman, como una punta de iceberg, para poder ser ubicados, observados, entendidos en su contexto inicial. El lobo, el demonio, se comparan con la semilla de la curiosidad, la sabiduría y la fuerza salvaje, casi comparables a la serpiente del árbol del bien y del mal.