Para discernir la
mistificación presente en todos los relatos mitológicos, Girard nos propone
leer los mitos como relatos policiacos cuyo crimen ha quedado sin resolver,
pues su ciencia lo es sobre un acontecimiento, pero sobre uno peculiar, que
invariablemente se oculta:
"Estoy, en efecto, totalmente convencido de que hubo un acontecimiento
real que fue ocultado, disimulado, y cuyas huellas se borraron. Pero
creo también que hay que afirmar, siguiendo a Freud (...), que el hecho
de borrar las huellas ¡también deja huellas!", (GIRARD, 2006a:184).
En nuestros días, luego de
los trabajos antropológicos y etnográficos del XIX y el XX, del cuidadoso
escrutinio al que se han sometido los relatos mitológicos, ningún lector
familiarizado con la hermenéutica de los mitos que se ha hecho a través de
los siglos, se conformaría con la solución platónica. Girard, desde luego,
no lo hace. Para el lector perspicaz de los mitos hay una justificación para
la ambigüedad benéfico-maléfica atribuible a los dioses arcaicos, que se
puede descubrir al reconocer que hay una serie de constantes que nos
permiten acceder al núcleo de la racionalidad mitológica al descifrar los
elementos comunes a todos los mitos. La presencia de los mismos elementos en
todos los relatos análogos de todas las culturas lleva a Levi-Strauss a
proponer y demostrar la hipótesis de la unidad del relato: es siempre el
mismo, narrado de distintas formas.
¿Cómo dotamos de una carga
simbólica los objetos que deseamos? Hace falta la intervención del Otro para
ello, pues es el Otro erigido en modelo quien determina como deseable un
objeto que, no obstante, podría perfectamente ser considerado con
independencia de la mediación del Otro bajo su aspecto de bien, o sea:
deseable. En efecto, el objeto de deseo considerado bajo su aspecto de bien
explica el dinamismo por el que el sujeto deseante busca hacerse con el
objeto, aunque la intervención del mimetismo amplía las atribuciones que el
objeto tiene en tanto que deseable, al reconocer la intervención de lo
social en la articulación del deseo.
La mitología ofrece un
saber, aunque oscuro, y una causalidad, aunque aparentemente mágica, que
puede descifrarse en sede filosófica si se la comprende como un juego de
transformaciones.
Una discusión sobre las diferencias entre el instinto y el deseo nos ayudará
a responderlo, al reconocer otra característica del deseo: su
indeterminación. La indeterminación de los objetos que deseamos implica la
intervención de una mediación en la determinación de nuestros deseos: “Los
hombres desean intensamente, pero sin saber con certeza qué, pues carecen de
un instinto que los guíe [como a los animales]. No tienen deseo propio. Lo
propio del deseo es que no sea propio” (GIRARD, 2002b: 33).
No matarás. Nietzsche
aprecia pertinentemente que el cristianismo exige “no sacrificar a nadie”,
mientras que opone al Crucificado y a Dionisos. Este último, en cambio, está
ávido de víctimas. Uno exige sacrificios, el otro los prohíbe. Uno los
necesita, el otro los sufre. Sin sacrificios, Dionisos no puede prosperar.
No pudiendo encontrar un excurso a la violencia, se condena a la
autodestrucción, situación que, no obstante, se abre la libertad de la
conversión.