La
escultura es un objeto del
mundo. ¿Qué clase de ente es la escultura, su forma, representada en la
inteligencia? Una idea, un ente que depende de nosotros para existir, de
que nosotros nos la representemos, cosa que podemos hacer más o menos a
voluntad. ¿Qué relación hay entre nuestra idea sobre la escultura y la
escultura? Lo que les es común, lo que permite la analogía, es la
posibilidad de reconocer cierta fijeza de la forma, algo inmóvil que
sirve como punto de apoyo. ¿No vemos un juego imitativo? Una es
representación de la otra. Ambas formas, entre las que hay una cierta
identidad, difieren del resto de los entes del mundo análogamente. A
aquello que es reputable como formalmente idéntico, cayendo bajo el
mismo molde, y constituye un modelo, es a lo que llamamos un tipo.
Un tipo es... una representación. La perfección del tipo depende de con
qué tino logre re-presentar aquello que significa: su forma original, a
la que imita. ¿Y a qué especie de tipos se refiere Nietzsche en este
pasaje? ¿Cuál es el referente de estos tipos, la diferencia que les es
común, su identidad?
La clave para descifrar los mitos y acceder a “las cosas ocultas desde
la creación” no implica buscar ningún objeto particularmente oculto: la
encontramos en uno de los elementos que le son comunes a los mitos más
primitivos: justamente en los crímenes de que se acusa a las divinidades
arcaicas. La llave del mito ha estado ahí todo este tiempo, y no es raro
que las verdades que más fácilmente se nos escapan sean precisamente
aquellas que tenemos precisamente frente a nuestros ojos, como ocurre en
La carta robada de Poe, o como gusta de recordar Chesterton: la mejor
forma de ocultarse es aparecer a plena luz de día y frente a todos, en
el café de una calle concurrida. En efecto, “la sobreabundancia de
pruebas impide que nos demos cuenta de la universalidad del deseo
mimético y del mecanismo sacrificial” (GIRARD, 2006a: 16), que son los
temas de los que invariablemente tratan los mitos, según René Girard.
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